lunes, 21 de septiembre de 2015

El político más influyente del mundo


Si hace unos años elaborábamos una lista de las personas más influyentes del mundo, el primer lugar pertenecería al presidente de Estados Unidos, el segundo reposaría en un multimillonario y se completaría el podio con el presidente chino o algún hombre fuerte de la Unión Europea. Sin embargo, desde marzo de 2013, con el cambio de mando de la Institución más antigua del mundo, Jorge Bergoglio –alias Francisco– puede perfectamente ocupar el primer puesto de ese ranking.


En base a declaraciones inéditas por parte de un representante de religioso, un particular halo de simpatía y empatía inmola a Francisco de toda crítica que anteriormente se pudiese adjudicar a cualquier Obispo de Roma. Esta “carta blanca” de ser una figura con amplia imagen positiva, le permite quebrar su muñeca en cualquier escenario con el fin de conseguir dialogo, reuniones y contactos como ningún otro líder mundial podría hacerlo.
Él logró, en base a un viaje muy simbólico a la Tierra Santa, reunir (aunque brevemente) a los representantes de Israel y Palestina, en búsqueda de la paz en esa conflictiva zona. Es Francisco quien logró reconciliar a la juventud y la opinión pública con el catolicismo en ese histórico “hagan lío” pronunciado en Río de Janeiro ante millones de personas de todas partes del mundo, provocando mares de tinta y horas en televisión alabando la irreverencia del nuevo Pontífice.
Su estilo, si bien encasillado en la ideología católica, su moral y valores, es más bien de una falta de respeto al protocolo establecido, espontaneo y más humano. Certifican mi postura las constantes travesuras del Sumo Pontífice, en las que se desprende de los agentes de seguridad vaticana para saludar a sus fieles, a los niños o jóvenes. Eso es percibido como un signo sumamente positivo, que enaltece su figura.

Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América.  (Francisco ante movimientos populares en Santa Cruz, Bolivia)

Jorge Bergoglio es muy consciente de la relevancia de sus dichos, y no es casualidad que en Bolivia haya pedido disculpas por las atrocidades cometidas por la Inquisición, frente a un pueblo compuesto en su mayoría por descendientes de pueblos originarios. En Paraguay, donde existe un porcentaje muy pequeño de grandes terratenientes (500 familias poseen el 90% de las tierras productivas) criticó fuertemente a los latifundios. En esta misma gira por Latinoamérica, abogó por “las famosas tres T: tierra, techo y trabajo”, a los que calificó de “derechos sagrados”.
El líder del emblemático Movimiento sin Tierra de Brasil, hace poco tiempo dijo que “si el capitalismo tiene a Obama, nosotros tenemos a Francisco”. En Santa Cruz de la Sierra, hogar de las clases pudientes de la República Plurinacional de Bolivia, “instaló en el imaginario público la idea de que el capitalismo es un sistema inhumano, injusto, predatorio, que debe ser superado mediante un cambio estructural y que, por eso, no hay que temerle a la palabra revolución”, afirma Atilio Borón.
Hoy, en este instante, el Papa Francisco está en la llave de Nuestra América: Cuba. En la tierra de los Castro, donde visitó a Fidel y saludó a Cristina, Bergoglio tiene la oportunidad de entablar el tan esperado dialogo para romper el hielo entre la isla caribeña y los Estados Unidos. Sin temor a exigir el fin del “embargo” (o bloqueo), visitará al país del norte con el fin de mediar en la normalización de las relaciones diplomáticas entre ambos países.





Como dijo hace meses, este mismo Papa, encarnando el papel de un luchador por la justicia social y la equidad, esperemos que “el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra”. Para eso esta él, como portavoz del reclamo de los millones de excluidos del mundo. Un argentino anda suelto, y esta vez, es una gran noticia.