lunes, 4 de enero de 2016

Historia de amor


Hoy les voy a contar una historia de amor. En realidad, dos, pero que se pueden fusionar en una sola. Ambos tienen en común la pasión y el compromiso por los colores. En tiempos donde los jóvenes talentos se venden por monedas de club a club, sin tener ni cargo de conciencia, es destacable la siguiente narración.
La primera vez que fui a la cancha, la verdad que no recuerdo en que año (alrededor de 2002, 2003), ya estaba en la defensa, sin que yo lo supiera, el mismo jugador que pasaría toda su carrera vistiendo la camiseta de Belgrano. Gastón Túrus, defensor central de destacada valentía y entrega, con muy pocas cualidades técnicas. Un rústico, muy querible, que se tiraba al suelo en todas buscando salvar a su equipo de la debacle. Sin muchas vueltas, si tenía que elegir entre la guerra y la paz, ya se estaba calzando la armadura. 

 

Él, durante sus primeros años de jugador, pasó por las peores condiciones que se pueden esperar de un futbolista de primera división: sueldos adeudados por meses, equipamiento escaso, entrenamientos sin lugar fijo (Isla de los Patos, Gigante de Alberdi, Parque Sarmiento), pocas oportunidades por ser pibe, un equipo con más problemas que soluciones y un club en bancarrota. Y aun así, desde su debut oficial en el año 2000, decidió quedarse. ¿A qué? A pelearla desde abajo. A ganarse el pan de cada día en el club que lo vio nacer futbolísticamente, en ese momento, desahuciado, sin lujos y sin comodidades. Estuvo quebrado, pero nunca de rodillas.
Se quedó a pechar el barco, y vaya si lo hizo. Tanto así, que durante años fue el capitán de un equipo de mitad de tabla de la B Nacional, que soñaba con crecer un poquito más, pero se caía al final. Hasta que llegaron dos locos lindos: uno fue Armando, que todavía continúa, y el otro el Rama. Ellos hicieron que un equipo de jugadores promedios lograra ganarle la promo a Olimpo, y subir a primera. El sueño duró poco, igual, pero se disfrutó. 


Rápidamente, así como subió, volvió a la B Nacional. Pero Gastón ya estaba curtido. Si había pasado por los últimos puestos de Primera, siempre. Ya se había bañado con agua fría incontables veces después de los entrenamientos. Ya lo habían silbado en las canchas más jodidas del fútbol profesional. Ya le habían sacado más tarjetas que a cualquiera de su equipo. Pero aun así, el aplauso y el grito de los 20 mil locos que se acercaban como en un ritual a ver a su Belgrano generaban la manía de seguir. Y de a poco, ese sueño de ser club se fue consolidando. Gastón siempre estuvo ahí. Gastón jugó de central cuando el equipo necesitó de su fortaleza para cerrar el arco. Pasó por todos los planteos tácticos, y siempre capitán. Luego de varios años viendo como se le escapaba el ascenso de manera frustrada, llegó el premio: porque el que abandona, no tiene premio. Y eso lo tiene tatuado en su mente. Así como seguro todos recordamos la pelota que atajó (sí, atajó) contra la Gloria en el Cható, o las innumerables veces que se manchó la camiseta tirandosé al barro como perro rabioso, vamos a acordarnos de la cara de felicidad del capitán cuando aquella tarde de Junio en el Monumental logró lo impensado. Para los otros, bah. Ellos sabían muy bien que eso iba a pasar. ¡Que flor de quilombo que le armaron a los porteños, eh!




Cuando probó las mieles del éxito, ascendiendo ante el gigante, se quedó. Y no solo eso, sino que le pidieron jugar de algo que nunca fue, y aceptó. Lo hizo a su manera. Ser lateral por derecha no es algo simple si no tenés velocidad, ni el timming propio de ese puesto, pero lo aceptó sin titubear y se comió las puteadas de esa platea que no te perdona ninguna como la del celeste, a la vez que se llenó los ojos de lágrimas con los aplausos de la popular que siempre lo tuvo como ídolo. Él desde hace un tiempo que no juega, pero siempre está. Y hoy, se le acabó el contrato, pero no el amor. Y a nosotros, tampoco.



El otro es el Indio, o el Hacha, como a vos te guste. César Osvaldo Manzanelli. “Mansinelli”, según los relatores de allá. ¿Allá ellos, no? ¿Te acordás como corre ese loco? ¿O debería decir como corría? Da igual. El Indio dejó todo, siempre. Hasta creo que fuimos un poco desagradecidos alguna que otra vez con alguna puteadita. Pero el tipo desde que llegó, hace 10 años, la rompió. Lastimosamente, las malditas lesiones le cortaron lo mejor de su carrera. Dos o tres veces, cuando hasta se hablaba que se iba a Racing, se rompió. 

El Hacha metió goles de todos lados. De tiro libre, me acuerdo muchos. De afuera del área, su especialidad. ¡Si habrá tirado centros que terminaron en gol! Y se animó a patear penales también, ¿o no te acordas el de local contra River en 2011? Bueno, seguro que sí. Que pregunta tonta.
Pero lo más fantástico del negro es que te corría desde su propia área hasta el área de ellos, sin mostrar cansancio, con un físico envidiable y una precisión pocas veces vista en Alberdi. Está bien, nosotros lo agrandamos un poco a todo, pero era nuestro ocho. Ese wing derecho retrasado que ayudaba también al lateral. En los últimos tiempos, no lo vimos mucho, porque de tanta lesión y tantos años encima, se fueron disipando esas pinceladas de magia, pero siempre estuvo el aplauso y el agradecimiento a tanta entrega, tanto compromiso y tantos partidos en el lomo.
Yo no sé que va a ser de Belgrano ahora. Ojalá que sigamos el rumbo que ustedes dos, entre otros que todavía entrenan y otros lo miran por TV, marcaron a fuego.
Su contrato se terminó, como todos sabemos. Pero el amor y su agradecimiento, jamás lo harán.




Gracias Gastón y gracias Indio querido.